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Las cartas apostólicas y la hoja parroquial

Desde el comienzo del cristianismo hubo una actividad en torno a la aplicación de los nuevos principios. El cristianismo supuso la aparición de un nuevo sol, pero la forma en la que el nuevo astro iluminaba y creaba nuevos relieves bajo su luz era algo tan novedoso que valía la pena reflexionar sobre eso y sobre su puesta en práctica. ¿O creemos que las cartas de San Pablo estaban dirigidas a gente que nunca había oído hablar de Jesús? No. Eran para cristianos, estaban dirigidas a bautizados, los lectores eran los que ya habían reconocido la existencia de un nuevo sol. Pero del dicho al hecho… ya se sabe. Y por eso las cartas.

La existencia de hojas parroquiales comienza en el siglo XIX, pero la tradición venía de mucho antes. Son siglos y milenios de antigüedad, pues las cartas apostólicas ya apuntaban en esa dirección.

La expresión de la comunidad humana

Imaginemos cosas fantásticas… imaginemos un conejo blanco en el Himalaya e imaginemos un grupo de cazadores del conejo blanco del Himalaya. Una vez cada dos meses, ese grupo imaginado se reúne. Tiene como objetivo aligerar las sagradas montañas (o la fantástica orogenia que las formó) de la creciente y preocupante población de roedores peludos, silenciosos y de grandes orejas. Encima blancos (por si no quedaba claro)

Esos imaginados cazadores tienen una publicación bianual. En ella se habla de lugares curiosos en el avistamiento de conejos blancos, novedades sobre los miembros del grupo (bodas, el nacimiento de fulano, la muerte de mengano…) y alguna anécdota divertida.

Este grupo es imaginado y no aspira a nada más que a ser una fantasía. Sin embargo, la “hoja grupal” (así la bautizaremos) surge de forma natural en casi cualquier conjunto de humanos: notarios, arquitectos, madereros… no siempre surge porque hay algunos (como el de los limpiadores) cuyo instinto gremial es nulo (algo que posiblemente tenga que ver con el estudio sociológico de los grupos).

No nos fijaremos en esos grupos. Queremos en este pequeño ensayo centrarnos en las similitudes y diferencias entre la hoja grupal y la hoja parroquial.

Hoja Parroquial

La hoja parroquial NO es una hoja grupal, o no solo eso. Sin embargo, debe cumplir ese mínimo. Porque al final hay un grupo de personas que se reúnen cada fin de semana y lo que les une no es que uno sea peluquero y la otra jueza, sino que ambos tienen la misma creencia.

Así que se trata de un grupo de personas y la hoja parroquial debe responder a la necesidad natural que tiene todo grupo de expresarse como tal.

Pero la creencia que cementa el grupo es también lo que marca la diferencia respecto a una hoja grupal.

¿Qué elementos debe contener la hoja parroquial?

Lo malo de esto es que no hay una receta única que sirva en todos los casos. El único elemento universal es el del testimonio y desde aquí animamos a que se le meta siempre. Sin embargo, no podemos ir más allá. ¿Por qué?

Porque cada parroquia es diferente y cada parroquia debe conocer a sus parroquianos. Ellos son los futuros lectores.

Un lenguaje como el de San Pablo puede resultar cargante para la mayoría de los parroquianos, por muy santificante que resulte.

El buen humor

Lo sagrado no es equivalente de lo serio. Hay poco (o nada) más sagrado que la vida y, sin embargo, en toda ella hay mucha comicidad.

Dios nos ama sonriendo.

Que el Evangelio no hable nunca de la sonrisa de Jesús no significa que no sonriera. Cuando Jesús jugaba con los niños, seguramente los ganara con su sonrisa.

Hay un episodio altamente cómico narrado en los Hechos de los Apóstoles. Resulta que un Ángel libera a Pedro despertándole (lo cual también es cómico) de la cárcel, donde el Primer Papa roncaba de lo lindo. Pedro se va a una “safe house” donde estaban los cristianos. Cuando la sirviente ve quien toca la puerta, no le abre sino que va a avisar a los demás. Y cuando Pedro, posteriormente, contaba su liberación y como la sirvienta le había dejado con la puerta en las narices tras identificarlo, lo contaría con una gran sonrisa y con el jolgorio de los oyentes. Porque la calle no era el mejor lugar para alguien recién fugado de la cárcel; porque para esa persona, la guardia matutina  no prometía un futuro firme y sin ambigüedades.